Ventanas de cuarentena

Una obra de teatro de Edgar Manuel Martínez. 

POR Diego Armando Peña

Noviembre 25 2021
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Fotografía de Jhoan Moreno

 

“¡Mierda! ¡Mucha mierda!”, le dicen desde el origen de las luces a Kokola, una de las actrices. Ella agradece y sigue, como sus compañeros, calentando y moviéndose en pequeños espacios, como si al escenario también hubiera llegado una especie de cuarentena que no les permitiera más que ensayar en unas pocas tablas. La anterior oración no es una posibilidad, sino es lo que estos actores, quizá no solo ellos, tuvieron que vivir para montar la obra teatral Ventanas de Cuarentena, que acaba de culminar su segunda temporada en el teatro experimental La Mama.

Edgar Manuel Martínez, director y escritor de la obra, cuenta con cierta picardía que en cuarentena, cuando no estaba dando una vuelta a Bogotá en una bicicleta con un mercado falso, escribía pequeños cuadros, sin relación aparente entre sí, que fueron formando esta puesta escénica y que recogía todos los sentimientos que podía imaginar y experimentar de las personas encerradas y atemorizadas por un virus. No obstante, debo decir que la obra no es un mero retrato de gente que sobrevive al encierro y a la pandemia. No, también es una muestra de la condición humana, puesto que en medio de estos momentos se descubre que el conectarse con el yo interior, al tener que dejar de lado a los demás, no es suficiente para alcanzar la felicidad.

 

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Fotografía de Jhoan Moreno

 

La obra hace este tipo de planteamientos por medio de doce cuadros que no tienen una unión clásica entre sí. Siempre he desconfiado mucho de ese experimento –que muy pocas veces he visto bien logrado– de romper la estructura básica de contar una historia (inicio, nudo y desenlace). En la mayoría de casos que he presenciado esto, tanto en el teatro como en la literatura, se queda en un experimento que no logra unirse armónicamente a lo que se quiere narrar. Así no sucede en Ventanas de cuarentena, ya que propone cuadros circulares, pues la lógica de los personajes nunca terminará su confinamiento ni sus vidas tras una ventana. Además, esta especie de viñetas, de cuyo cambio el espectador tiene noticia gracias a tres actores (Wholfan Díaz, Tatiana Ramírez y Edison Romero) que lo anuncian de maneras circenses, no se une ni por un personaje, ni por un espacio o por un argumento, sino que, y aquí es donde radica el éxito de romper la forma convencional, se hilan por la fragmentación, la ruptura con el otro y el aislamiento, lo que tienen en común estos seres.

Los primeros ensayos de la puesta escénica se realizaron a través de plataformas digitales y el director afirma que le pareció curioso, pero que no siente que haya influenciado mucho en la obra. No obstante, las ventanas se muestran como velos en el escenario, los cuales  pueden ser también los retablos de las plataformas digitales por los que vemos al otro y por los que lo sentimos como un extraño al que queremos acercar. Por otro lado, este mismo sinsabor que tenemos frente al computador logra expresarlo la obra; pareciera que el espectador quiere ir al escenario a jugar con la niña, interpretada por Tatiana Ramírez, quien observa la calle y se pregunta por qué la han castigado tanto tiempo, por qué su mamá no la deja salir y por qué la calle se encuentra tan sola. Pero el público solo puede mirarla y escucharla hablar en medio de velos, ventanas o recuadros de Google Meet. ¿Acaso la forma como está hecha la obra no responde a la forma virtual como se reunió y ensayó por un tiempo el elenco? La pregunta, sin duda, es retórica e imposible de responder a su totalidad.

 

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Fotografía de Jhoan Moreno

 

Casi en medio de la representación escénica, muchos metros arriba de las tablas, se enciende una luz y empieza el cuadro “Todo tiempo pasado siempre fue anterior”. Magdalena, interpretada por Adriana Botero, nos muestra (aunque nunca nos lo dice) que ella siempre ha sido una persona que ama la soledad, pero ahora, cuando se sumerge en un encierro que la aísla de todos, incluso de su amante, descubre que lo que ama es no compartir su vivienda, pero que necesita, le urge la compañía de la humanidad. El dramaturgo nos dice que quizá fue el único cuadro que escribió para una actriz, en el que quiso que la representara la persona que lo está haciendo. Esto, aunado a una excelente interpretación, logra que sea uno de los momentos más luminosos de la obra, en los que se combina tanto el humor como la tragedia.

También debo anotar que hay momentos como en “Ventana 10: No me voy a separar” en los que la obra se finca mucho en los diálogos y la escenografía, que por cierto tiende a lo minimalista y que, como detalle innovador para el grupo, usa también un proyector. No obstante, son muy pocos los momentos en los que este desfase sucede y en la mayoría de ocasiones los actores logran que los movimientos antecedan a la voz o se unan a ella, y sus cuerpos se vuelvan una extensión de las palabras. Un ejemplo de ello es Helena, interpretada por Nathalia Ramírez, quien es una youtuber que intenta mostrar formas de encontrarse con un yo interior para lograr la felicidad. Pero el público, a pesar de sus expresiones y movimientos calmos, va sospechando poco a poco que es más una fachada y que el encierro la tiene desesperada. Esto se confirma al final de un crescendo, cuando ella, luego de repetirse que es feliz, cambia su voz pausada y sus gestos armónicos por una algarabía de sollozos y manotazos al aire.

 

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Fotografía de Jhoan Moreno

 

Al finalizar, como en el cuadro “Ventana 9. Engaño: Últimas noticias” en que la cantidad de información aturde a la gente, el público queda enajenado, pues ha recordado lo fragmentada que fue o que sigue siendo la vida tras una pandemia, tras una ventana, tras un encierro con su yo interior. Acaso este sea el mayor logro de Ventanas de cuarentena: mostrar lo aislados que nos deja un apocalipsis, un confinamiento.

ACERCA DEL AUTOR


Profesional en creación literaria de la Universidad Central. Ganador del II Concurso Nacional de Poesía Pablo Neruda. Ha sido incluido en diferentes antologías de narrativa.